Procesión extraordinaria con motivo del XV Aniversario de la refundación (6 de noviembre de 2010)

Procesión extraordinaria con motivo del XV Aniversario de la refundación (6 de noviembre de 2010)
Salida Extraordinaria de Nuestra Señora de los Dolores

sábado, 30 de enero de 2016

ARTÍCULO DEL HERMANO MAYOR EN LA NUEVA ESPAÑA




Nunca la dejaron sola

 

En algunas ocasiones, cuando se habla de un tema cualquiera, tendemos a simplificar a quedarnos con un dato, una declaración, un titular... y emitir una opinión sin quizás tener en cuenta el trasfondo de la situación o las implicaciones que puede tener.
 
Estos días se ha hecho público que el Ayuntamiento de Oviedo no permitirá al cuerpo de bomberos acudir como escoltas de la imagen de la Virgen en su Soledad en su salida procesional del Sábado Santo. Habrá personas que estarán de acuerdo con esta decisión, otros  no comprenderán siquiera por qué los bomberos realizaban esta escolta... pero a muchos nos entristecerá de corazón no contar con su presencia por la relación tan especial de los bomberos con la parroquia de San Isidoro y la cofradía que allí tiene su sede.
 

Mucho tiempo atrás cuando aún vivíamos sin tecnología, el sonido de las campanas de San Isidoro era el encargado de avisar a los bomberos de dónde se había declarado un incendio. Esas campanas eran por tanto de vital importancia y el punto de referencia para, a partir de él, llegar a tiempo a una situación de peligro y poder llevar a cabo el admirable trabajo que realizan los bomberos.
 

Pero eso no era todo. La iglesia de San Isidoro sabía que contaba con los bomberos para momentos tan significativos de su vida parroquial, como los actos de celebración de la Inmaculada en la que eran los encargados de colocar el armazón en el retablo y todas las telas que cubrían el altar para situar a la imagen en lugar privilegiado durante su fiesta. Mientras que en Semana Santa su labor hacía posible que se pudiese cubrir la iglesia de luto para esas fechas. 

Todo ello hacía que los bomberos formasen parte de la familia de la parroquia, siendo muy queridos y admirados. Por esa razón, cuando el cuerpo de bomberos se ofreció a escoltar a la Soledad, ¿quién podría ser mejor que ellos? Era un honor mutuo que participasen en la procesión al lado de una imagen a la que seguro que muchos de ellos se habían encomendado para poder realizar su trabajo con la dedicación y compromiso de la que hacen gala.
 

Es de las pocas procesiones, sino la única, en la que participan de esta manera. Un ofrecimiento voluntario, desinteresado y motivado sencillamente por sus ganas de acompañar a la Soledad. Desde el principio fue así, con unos pocos años en los que se les otorgaban 20€ como gratificación pero desde el año pasado esto ya no existe y su deseo, como así demostraron, fue el de seguir acudiendo a la procesión del Sábado Santo.
 

Pocos aplausos más sentidos y más espontáneos se han escuchado como los que cada año se dan a los bomberos al finalizar la procesión. Es la manera en la que todos los fieles que allí nos reunimos sentimos que muestra nuestro reconocimiento por su presencia al lado de la Soledad y nuestro agradecimiento por realizar profesión de entrega, en la que se juegan la vida por todos sus conciudadanos. Es, por tanto, un aplauso de estima y admiración, ante unos de los escoltas más queridos y apreciados por todos los fieles. Un cariño que se extiende a todo el recorrido de la procesión cuando el público asistente los identifica. Debería ser motivo de orgullo para nuestros representantes municipales el hecho de que la ciudadanía reconoce y valora su abnegado servicio y su presencia junto a su querida Virgen de la Soledad.
 

Por eso esta medida nos entristece como cofrades porque para nosotros no son un simple adorno o están fuera de lugar o realizando una labor que nos les corresponde y que les deslegitima. Todo lo contrario. No es en absoluto un simple gesto de caminar al lado de una imagen, sin más ni más. Seríamos los primeros en rechazar esa intención. Es algo mucho más significativo y profundo; un momento, que compartimos durante la procesión, de reconocimiento por su trabajo y por la historia que nos une que siempre estará ahí y que hará que la relación entre los bomberos y la parroquia de San Isidoro y su cofradía no deje ser nunca de verdadero afecto.
 
 

 



MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2016



“Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13).

Las obras de misericordia en el camino jubilar.
 
1. María, icono de una Iglesia que evangeliza porque es evangelizada
En la Bula de convocación del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean para todos un signo concreto de la cercanía y del perdón de Dios.
María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, canta proféticamente en el Magnificat la misericordia con la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales.
2. La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia
El misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos frente a un auténtico drama de amor, en el cual Dios desempeña el papel de padre y de marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son justamente las imágenes familiares —como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)— las que expresan hasta qué punto Dios desea unirse a su pueblo.
Este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (Misericordiae vultus, 8). En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que todavía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5). El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.
Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis» (ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa.
3. Las obras de misericordia
La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.
Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.
La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno. He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.
No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).
Vaticano, 4 de octubre de 2015
Fiesta de San Francisco de Assis
Francisco